19.10.10

Aventuras en la Paternidad, Cap III: Perdido

Hace tiempo empecé una serie llamada "Aventuras en la Paternidad", acerca de mis experiencias como padre de familia. Como muchas otras cosas, no he actualizado la serie en bastante tiempo. Hoy vuelvo a retomarla con la siguiente entrega que podrán leer debajo. Las entregas anteriores son:

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Ayer fui junto a mi familia a casa de mi amigo Diego, a celebrar su cumpleaños. La verdad es que llegamos tarde, vergonzosamente tarde. Tan tarde llegamos que justo cuando nos preparábamos para sentarnos, la mayoría de las personas se ponían de pie para despedirse. Sólo puedo imaginarme qué habrán pensado de nosotros. Afortunadamente, Diego es nocturno y no le molestaba dedicarnos unas horas adicionales en la noche.

Estuvimos allí un buen rato, hablando y conversando de todo. Mis hijos se entretenían con un juego basado en Legos que estaba entre los regalos que le entregaron a Diego. Aclaración: Diego cumplía 25 años. Lo de los Legos fue un detalle extraño, supongo.

Al cabo de unas horas y llegada la medianoche — porque nuestras visitas jamás son cortas — nos preparábamos para marcharnos. Seth, mi hijo de cinco años de edad, me preguntó si ya nos íbamos, y yo le dije que sí. Luego me preguntó si en el auto podía jugar con mi teléfono (Increíble cómo todos los teléfonos en estos días traen juegos. De hecho, creo que hay algunos teléfonos que traen juegos, pero no tienen donde marcar números para hacer llamadas.) Le dije que sí, que le prestaría el teléfono para jugar.

Luego pasé a hacer justo lo que tanto me molestaba que mis padres hicieran cuando yo era un niño: decir que nos íbamos, y luego quedarme a hablar un rato más.

Al cabo de unos minutos, cuando en verdad llegó la hora de irnos, le dije a Nathan que nos marchábamos. Le pregunté dónde estaba su hermano, porque se supone que los hermanos mayores siempre saben dónde están los menores, ¿verdad?

La respuesta de Nathan se convertiría en el botón que encendiera la máquina de drama de la noche.

— Daddy, yo creo que Seth salió sólo.

"¿¿Cómo que salió sólo??" respondí alarmado, casi gritando.

— Sí, ¡no lo veo!

Inmediatamente quise salir corriendo de la casa, pero me devolví a decirle a alguien que lo buscara dentro de la casa. Es que una gran parte de mí no quería creer que estaba fuera de la casa. Simplemente, me parecía imposible. No obstante, Diego buscó rápidamente dentro de la casa, y me dijo "no, no está acá."

En este punto debo explicar algo. Tengo varias pesadillas recurrentes con las que lidio de vez en cuando. Una de ellas es la tontería de verme de repente en un aula de clases, en un día de examen, y darme cuenta de que no había estudiado nada. Otra pesadilla es la de que un ladrón se meta de noche a mi casa. Sin embargo, la pesadilla más horrorosa de todas, quizás porque es la más cercana a lo posible, es que uno de mis hijos se pierda, o peor aún, que sea raptado.

Sencillamente, en ese momento que me dijeron que Seth no estaba en la casa, pensé que estaba viviendo esa tan temida pesadilla.

Salimos corriendo desesperadamente de la casa. Todo sonido de auto para mí era el sonido de un sospechoso de haber raptado a mi pequeño niño. Me estaba volviendo loco, se me aceleró el corazón, no sabía qué hacer.

Mi esposa y Nathan empezaron a gritar. Una parte de mí quería mandarlos a bajar la voz, ya que era medianoche y estábamos en un vecindario... Pero luego pensé, "ah, lo que sea, ¡hay que encontrar a Seth!" Entre los gritos de estos dos, se oyó una tercera voz en la distancia, la cual no se distinguía muy bien. En este instante mandé a callar a mi esposa y a Nathan... Y oímos la voz de Seth, llamándome para que lo encontrara.

Todos corrimos hacia donde se oía la voz, que era como a cuatro o cinco casas de la de Diego. Pensé que estaba en peligro, que estaba bajo un auto, que lo mordió un perro... Qué se yo, cuando estoy en pánico, suelo pensar en lo peor.

Cuando llegamos a donde estaba, lo encontramos agachado en el suelo, abrazando sus rodillas, llamando, gritando... Llorando. Supongo que es normal para un padre que en los momentos en que tu hijo se ha metido en peligro, aún en potencia, y le hallas fuera de peligro, sientes una mezcla de ganas de castigarlo y ganas de abrazarlo agradecido de que nada sucedió. Vi esa mezcla en mis propios padres en una u otra ocasión, por eso creo que todos lo vivimos en algún momento.

En verdad no entiendo cómo Seth pudo haber caminado tan lejos estando completamente sólo. Lo único que me imagino es que estaba pensando tanto en jugar en mi teléfono que se distrajo en gran manera, y no se dio cuenta.

Levanté a Seth, lo tomé en mis brazos, y di gracias a Dios de que la pesadilla no se había tornado realidad. De inmediato le pregunté a Seth por qué se había marchado así, sólo y de esa manera. Me respondió, "yo pensé que me habías dicho que nos marchábamos."

Luego que lo coloqué en su asiento del auto, me preguntó sin vergüenza alguna, como si nada hubiera sucedido, si le podía prestar el teléfono para jugar, como "se lo había prometido". Le hablé calmada pero firmemente, y le dije, "¡Por supuesto que no! Ahora te toca meditar en lo que acaba de suceder, ¡y espero que medites bien! Piensa en lo que hubiera podido suceder... Te hubieras podido perder, alguien te pudo haber raptado... ¡Eres muy bendecido de que regresas a tu casa esta noche! ¡Piensa en esto!"

En verdad no sé si fui muy duro con él, pero mi intensión era sólo que no tomara lo que acababa de suceder a la ligera.

Y luego pensé.

Cuántas veces he pensado que el Padre me dio la orden de hacer algo, y yo salí a caminar sin orientación. Cuántas veces he estado distraído, pensando en algo que quería. Cuántas veces yo me he hallado perdido. Sólo. Abrazando mis rodillas, llamando al Padre, esperando que me viniera a rescatar. Cuántas veces he tenido que admitir mi culpa, diciéndole, "yo pensé que me habías dicho que nos marchábamos."

Y cuántas veces he corrido, sin esperar el tiempo del Padre.

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