Aventuras en la Paternidad, cap. II: ¡Feliz Día del Hijo!
La gente en los Estados Unidos - por lo menos en la zona donde vivo - tiene una fuerte costumbre. Siendo esta una cultura tan hedonista, te hacen preguntas a cada rato sobre qué comes, qué haces, qué piensas, cómo estás, y la respuesta esperada por todos es que les digas algo que demuestre que disfrutaste o que estás disfrutando la vida al máximo. Decir que estás feliz no es suficiente, esperan que digas que compraste algo nuevo, que visitaste algún lugar emocionante, etc. etc..
No es de extrañar, entonces, que siendo ayer Día de los Padres más de una persona me preguntara qué fue lo esplendoroso que hice para celebrarlo. Al dar mi respuesta, observé sus ojos desinflamarse a partir de la forma redonda y luminosa que tenían al hacer la pregunta.
La verdad es que el Día de los Padres fue para mí el Día Igual a Todos los Días. Ayer me levanté temprano, lavé unos platos sucios que habían en la cocina, puse unas ropas a lavar, me senté un momento, cociné algo para mi familia, bañé a mis hijos rápidamente, y salí corriendo a bañarme y a afeitarme - sólo lo hago los domingos - todo rápidamente para poder llegar a tiempo al servicio de nuestra iglesia. Ni siquiera pude comer junto a mi familia porque ellos tuvieron que hacerlo mientras yo me preparaba para así ganar tiempo. Con todo y todo, salimos tardes de la casa, y llegamos en punto a la hora de empezar el servicio, ni un minuto antes.
Lo peor de todo... era a mí a quien me tocaba predicar, ya que el pastor estaba de vacaciones. Gracias a Dios que tenía la prédica preparada desde el día anterior.
En verdad no me pude detener a pensar qué podía hacer para honrarme a mí mismo ese día como padre. Confieso que el pensamiento (¿la pregunta?) me llegó a la cabeza más de una vez, pero por el estrés del día simplemente no lo pude entretener.
Luego del servicio, como es de costumbre, algunos hermanos con situación de vida parecida a la mía (parejas jóvenes con niños pequeños) discutimos qué haríamos para estar juntos un poco más. Automáticamente todos pensamos en qué sería lo que los niños disfrutarían más, y acordamos irnos al parque para que pudieran jugar.
Al ver a nuestros hijos jugando, riendo e imaginando, me preguntaba sobre la importancia del dichoso "Día de los Padres". Si hubiera echado la vida, la alegría y las necesidades de mis hijos a un lado, todo por buscar mi honra por un momento, ¿en verdad era merecedor de tal honra?
Caí en cuentas de que el Día del Padre mejor debería ser el Día del Hijo. Si no hay hijo, no hay padre. Ya lo sé, suena básico, pero La revelación en este caso es que lo viví, no sólo que lo sé escribir en un teclado.
Sólo fui padre desde el momento en aquella sala del obstetra cuando la enfermera me preguntó si quería cargar a mi hijo, y yo aún nervioso por todo lo que pasó durante el parte le contesté que no sabía cómo cargar a un bebé. (Bueno... en realidad fui padre durante todos y cada uno de los nueve meses de embarazo, pero... ustedes entienden la idea.)
Siempre he estado convencido de que la experiencia de la paternidad es un privilegio, no porque sea una oportunidad de tener quién te honre, sino porque sólo de esa manera entendemos cómo nuestro Abba Padre nos mira a nosotros (y me perdonan mis hermanos que aún no tienen hijos... créanme que no los desprecio, pero humildemente les pido que tampoco desprecien esta observación).
A pesar de todo, Abba Padre se hizo tal por medio de mucho sacrificio, sangre y dolor. No lo hizo cuando la gente le celebraba ni le agazajaba, sino cuando le dieron (mejor dicho, le dimos) la espalda totalmente. Aún en separación completa El lo dio todo para que pudiéramos llamarle "Abba".
Si El se alegra en mi presente alegría, luego de todo lo que El ha hecho por mí, yo me alegraré en la de mis hijos. Así que, ¡Feliz Día del Hijo!
En reposo, siempre en reposo,
A&R
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