9.6.06

Eternidad en Nuestros Testimonios

Usualmente pensamos en nuestros testimonios como una serie de eventos sucesivos. "Estuve mal, luego creí, ahora estoy mejor (un poco)". El valor de un testimonio parece depender de la curva que crea esa sucesión de eventos. Es decir, si la curva va hacia arriba, con los eventos posteriores siendo más climáticos, más increíbles, más esplendorosos que los anteriores, entonces decimos que es un buen testimonio. Si el último evento de la lista es algo "malo", entonces pensamos que es un mal testimonio, o que el testimonio aún no tiene fin, hay que esperar a ver qué sucede . . . o en el peor de los casos, hay poca fe de parte del hermano, o está en pecado, algo malo hizo, algo así como lo que decían los "amigos" de Job.

Recuerdo que una vez tuve la osadía de pedir la palabra en la congregación para dar un testimonio. Me paré allí y anuncié a todos que había perdido mi trabajo, y que no tenía otro en vista, y que además mi esposa había perdido el bebé que esperábamos. Les dije a todos que me sentía feliz, en paz, porque sabía que mi felicidad no pendía de este ni de ningún otro evento, sino de la vida eterna que ya poseo. Aún recuerdo las caras del amado redil, no dijeron ni pío, no estaban seguros por qué hablaba de algo "negativo", cuando todo durante el servicio debe ser bonito, se supone, dicen ellos.

Para no dejarles despistados con lo que me sucedió, a las dos semanas ya tenía un trabajo mejor, y al año y 3 meses nació mi hijo Seth Elí. Dirás, "¡Oh, pues es un buen testimonio entonces!" Bueno, sí, pero no porque ocurrieron esas cosas al final. Yo entiendo que esas cosas son sólo manifestaciones en el plano temporal de lo que ES, el hecho de que Dios esté por mí, como hijo suyo que soy. Es como el hecho de saber que mi esposa me ama. El momento en que ella me da un beso no me confirma que ella me ama, pues yo ya sabía eso con certeza. El beso es simplemente una manifestación de lo que ya era un hecho. (Por supuesto, la analogía no corresponde perfectamente ya que mi esposa sí me empezó a amar un día, y Dios no empezó ningún día . . . pero esto lo desarrollo más adelante).

Entonces, vemos que cuando miramos atrás por el lente de la eternidad, se pinta una escena increíble, donde lo posterior no es sólo consecuencia, sino muchas veces hasta causa, de lo anterior, y la mayoría de las veces ninguna de las dos. La vida eterna no está atada a los "resultados", a las "consecuencias", sino más bien a la comunión eterna con el Altísimo.

Traigo este punto porque siento que la iglesia hoy se ha hecho esclavo del tiempo. Es decir, pasamos demasiado tiempo hablando sobre cómo Dios nos sacará adelante de alguna situación en que estamos viviendo, cómo Dios un día nos dará "el éxito", etc.. Con esto no estoy impugnando la fidelidad de Dios, para nada; lo que estoy diciendo es que ese no es el punto de la vida eterna ahora. Por supuesto, para los que niegan esta idea, y en cambio afirman una "entrada a la vida eterna" sólo después que nos morimos, consistentemente deben girar su vida en torno a esperar aquel momento preciado, su fecha de expiración.

Hace unos meses fui a varios servicios funerales de la partida de una querida hermana de la congregación. Mis condolencias fueron más por las teclas que por el habla, ya que en ambos servicios toqué el piano. Sin embargo, aunque no pretendo que por las emociones de un funeral todo lo que se diga sea teológicamente certero, me quedé asombrado con muchas de las cosas que la gente decía para consolar a los familiares: "ya ella está en la presencia de Dios", "ella está mejor que nosotros", "ahora entró en su vida eterna", "en estos momentos está recibiendo su recompensa" . . . ¿Seguro? ¿O sea que Dios es menos presente aquí, aún cuando El me adoptó como Su hijo por Su gracia, y vive en mí? ¿O sea que Dios nos salva para que pasemos por 70 u 80 años de cosas "menos mejores", para que sólo luego venga lo bueno de verdad? ¿O sea que en realidad no tengo la recompensa neo-pactual prometida a Israel, y que por tanto el Padre todavía no se ha olvidado de mis pecados? ¿O sea que el hecho de que el Padre se olvide de mis pecados, el poder habitar en Su presencia, y el andar en la voluntad y la soberanía Suyas depende de que mi corazón deje de latir? Si es así, ¡un ataque al corazón es la bendición más grande del mundo!

Me rehuso a pensar de esta manera, simplemente no me hace sentido en vista de lo preciosa que es mi comunión con Dios, y no me estoy refiriendo a un evento o secuencia de eventos en mi vida. Me refiero a mi paz y mi reposo en el Eterno, que nunca ha cambiado, aunque yo personalmente pueda estar agitado, nervioso, atemorizado. Cuando miro hacia El, me doy cuenta de que nunca se ha ido de mi lado, y en esas ocasiones en que he estado nervioso, enojado, atribulado, lo que sea, sé que esa Mano está ahí como siempre lo ha estado, aún en tiempos en que lo he querido ignorar, o cuando simplemente no estaba enterado. Como dijo alguien una vez, "si sientes que Dios está alejado, trata de ubicar en donde estás y por qué te fuiste de donde estabas, ya que El no ha sido quien se ha movido".

Me parece muy interesante que la mayoría de las personas quienes hablan de su testimonio usando el modelo "antes y después" (por ejemplo, "yo antes estaba triste, ahora estoy feliz", etc.) siempre hablan del "después" en contraste con el "antes". Es decir, su estado posterior es explicado en contexto y en contraposición del anterior, de modo que si el anterior no existiera, el posterior carecería de valor o impacto.

La razón por la que esto me parece tan interesante es porque usualmente se habla de la "vida vieja", "vida de antes", "cuando estaba en el mundo", como algo que queda olvidado, "ya nací de nuevo", "las cosas
viejas pasaron" (usando un verso que nada tiene que ver con dar testimonios). Sin embargo, irónicamente continúan hablando sobre su "vida vieja" en contraposición con la nueva. Por ejemplo, tengo un hermano querido que cada vez que tiene la oportunidad de hablar en su congregación, siempre saca a la luz la década que estuvo encarcelado "cuando estaba en el mundo, pero ya el Señor me sacó de todo eso, ya me puedo olvidar de eso", y en la siguiente oportunidad, vuelve a hablar de lo mismo. A fin de cuentas, nadie se olvida de eso.

¿Y por qué olvidarse? Si vivimos en la eternidad, significa que todo nuestro tiempo, absolutamente todo, aún lo que nos avergüenza, nos conduce/condujo/conducirá hacia el rostro de Dios. El proceso de nacimiento siempre lleva dolores de parto, que son tan significativos como el bebé que sale del vientre. Recuerdo en las dos ocasiones que estuve con mi esposa en la sala de parto, cada grito de dolor de ella era una señal de que todo estaba normal, de que estaba viva, de que la cosa iba avanzando. Si podemos verlo así, también podemos ver nuestra "vieja vida" como dolores de parto hasta que entramos en la "nueva", en el "nuevo nacimiento".

Todo esto para postular que, aunque nos sería imposible relatar nuestro testimonio de otra forma que en una secuencia de eventos, no creo que sea inconcebible (especialmente para los que tenemos la mente de Cristo, el eterno) comprender que nuestra vida ha sido / está y continúa siendo arropada en la eternidad, y por esto, lo importante es observar la mano de Dios moviéndose atemporalmente en todos nuestros aspectos de la vida. Dios no me ama más ahora que antes, sólo porque estoy feliz y antes no lo era. Dios me amó tanto que dio Su Hijo 2,000 años atrás (!!!), y me tuvo paciencia a través de todas mis necedades (incluso cuando le desafié y le dije que no quería nada que ver con El), hasta llegar a donde estoy hoy. Y sé que mañana será completamente igual, puedo contar con eso.

En Su reposo,

A&R

1 comment:

El Perro said...

¿Qué hay Alex?

Me sorprende el concepto de "eternidad en el testimonio" precisamente porque he compartido con algunos cercanos a mi como me disgusta la "historicidad en el testimonio" pues siempre termina con un "final feliz" y no muestra como el Señor se sigue manifestando día a día en tu vida.

Es curioso notar también como en la "la historia de la organización de una iglesia" (al menos en las bautristes) la "historia" termina generalmente en: "edificamos el templo y fuimos felices para siempre", cuando en ocasiones han pasado hasta 50 años de aquella ocasión.

Como bien dices, el testimonio no tiene que ser abordado siempre de la misma forma (tampoco las "historias" de las iglesias)... Nuestro Dios en la eternidad (por decirlo de alguna manera) se ha de reir un poco de nosotros, cuando nos ve aferrarnos con todas nuestras fuerzas a esa pequeña línea a la que llamamos historia.