18.2.11

Decadencia Urbana

Una de las manifestaciones visuales que más disfruto es la de la "decadencia urbana". No me refiero a decadencia moral ni nada de eso, sino decadencia física de objetos: ladrillos rotos, metales oxidados, pintura vieja, concreto manchado... Por mi niñez en Nueva York, y por ser algo que veía en todo momento, son vistas de gran belleza.

Sin embargo, me doy cuenta de que no son los objetos en sí los que son bellos, sino los pensamientos, memorias, sensaciones que proyecta mi propia persona sobre esas cosas. Tuve una niñez muy feliz junto a mis padres y hermanos, y lo viví mayormente en ese contexto. Cuando veo esas cosas, me acuerdo de quien soy y dónde crecí.

Nada en la creación necesita ser perfecto para ser útil o estéticamente agradable. En realidad me gustan también algunas ramas del arte moderno, con todos sus antisépticos y ortogonales valores; pero incluso esos son imperfectos, sólo que toma un poco más de esfuerzo encontrar esas faltas. Con la decadencia urbana, la imperfección queda plenamente al descubierto, lista para ser disfrutada por locos como yo quienes apreciamos la belleza caótica e impredecible.

Creo que en nuestro afán por la perfección, filtramos manifestaciones de valor innecesariamente. Nos negamos la oportunidad de ampliar nuestro espectro de estéticas posibles, muchas veces porque tenemos expectativas "muy altas." Y coloco "muy altas" entre comillas porque, ¿quién se inventó esa escala de valores? Es decir, ¿quién determinó que el altísimo edificio Empire State es hermoso, pero que el patio subterráneo lleno de concreto y basura donde yo jugaba no lo es?

¿Será también posible disminuír — bueno, modificar — nuestras expectativas con respecto a otras cosas? Creo que al forzar expectativas fijas sobre cosas, personas, e incluso sobre uno mismo, nos negamos la oportunidad de apreciar mucha belleza en medio de sus imperfecciones.

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